Se encontraba el cuidador de las cosas ideales (un ser ideal, ni hombre ni mujer, sólo un ser sin características), revisando aquel libro ideal desde el cual se desprenden todas las cosas que conocemos (aquellas reales). Se aproximó con paciencia y sin premura (algo que nunca antes había hecho) a una de las palabras que siempre y desde siempre cuidaba y vio:
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